Yo siempre me había considerado una chica de ciudad, una excelente urbanita. Feliz pisando asfalto. Que sí, que el campo abierto me gusta mil veces más pero nunca he tenido la oportunidad de retenerme en él mucho tiempo, o al menos no el suficiente.
En fin, que ahora estoy empezando a sentir algo así como angustia cada vez que salgo a la calle o miro las paredes de esta habitación. Que mi naturaleza urbanita empieza a pecar de lastre, ¡que he perdido mi condición de chica de ciudad! En realidad no creo que sea novedoso sentirse agobiada en este monstruo de humo y alquitrán llamado Madrid, pero sí para mí, ¿por qué? Porque yo pensaba que lo que quería era estar aquí durante lo que es esta etapa, y por ello esto es tan sumamente dramático; el hecho de empezar a detestar con todas las letras esta ciudad y su ritmo de vida.
Esto supone un cambio de percepción de todo un prototipo de “fase-de-vida” que tenía tan perfectamente asumido, y esto me produce una sensación de acojone bastante seria. Empiezo a tener unas urgencias con respecto a esta masa de cemento, hormigón y gilipollas, sobre todo gilipollas.
El problema es que tampoco sé donde realmente estaría a gusto, bueno sí, pero de momento supone un sueño. De momento me doy cuenta de que no me gustan la inmensa mayoría de las personas, con lo cual, temo que acabe buscando la soledad; bien como ermitaña en las montañas o bien creando un club de fans de Falete en Torrejón de Ardoz. Ole mis huevos.
Quiero respirar.
¡Joder!
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